jueves, 20 de enero de 2011

Yo creo que todo parte por esas memorias que nadie quiere contar. No le dije a Emiliano que quería tener sexo con él y sólo eso. No más. Supongo que creerá que quiero estar con él en una de esas relaciones mamonas. De ésas donde hay miradas perdidas, flores para oler en un febrero catorce, piel para redescubrir como si fuese la propia. No le conté aquello, tal como no le conté sobre mi fantasía con Felipe, mi amigo gay. ¡Qué le iba a contar! Pero la tengo; es tan sensual. Felipe y yo somos actores, bailarines. Bailamos esta melodía tan suave y perdida. Él me toma dramáticamente por mi cintura, me gira, me voltea y me tira al piso. La escena es cruda… me golpea, de mis ojos exageradamente maquillados caen lágrimas negrísimas, como petróleo… Luego se agacha, toma mi cabeza, huele mi cabello largo y sedoso; me sujeta bien. Con su mano izquierda, desliga de un tirón el tirante de mi vestido dejando mi seno derecho al descubierto. En ese momento, la audiencia del teatro se pregunta si debieron traer a sus hijos a la obra, que por qué no advertimos sobre estas escenas en los folletos. Siempre se nos olvidan los detalles más importantes, como en la vida. Mientras mis lágrimas rodan por mis mejillas, él posa sus labios directamente en mi pezón, luego, con su lengua, recorre mi pecho, llega a mi cuello, muerde mi mentón y…


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